El siguiente experimento
Si se siente confundido al leer o escuchar la suma de noticias que describen un mundo descontrolado (sólo en el terreno económico–financiero, no hablemos de lo demás), créame que es bastante entendible.
Puede mirar el desempeño de sus inversiones en el primer semestre de este año y la confusión crecerá.
Seguramente tiene ganancias a pesar de Brexit, FED, China, Brasil, peso depreciado y demás calamidades que ha visto aparecer de modo consecutivo. ¿Cómo es eso posible? Fácil, detrás de todas estas malas noticias está una que le suena bien a los inversionistas globales: se vienen más estímulos.
Esta semana no es el cambio de poderes en Gran Bretaña —después de una telenovela muy intensa de disputas internas— lo que ha movido a los mercados; tampoco la preocupante situación del sector financiero italiano el que haya movilizado a los inversionistas.
Lo relevante, tal vez porque es lo que los participantes en los mercados quieren ver, es que hoy el Banco de Inglaterra reducirá las tasas de interés una vez más e inyectará dinero a su economía, junto con la noticia de que el señor Shinzo Abe ganó las elecciones de la Cámara alta en Japón y solicita la aplicación de un estímulo fiscal inmediato para reactivar su economía. Lloverán libras y yenes: es la frase que un colega aludió para justificar la vuelta a las bolsas.
Cierto que también se publicó un dato muy positivo de creación de empleo en los Estados Unidos. La economía añadió 287,000 puestos de trabajo en junio, dejando atrás la preocupación sobre el pobre dato registrado el mes anterior.
La percepción de que la economía estadounidense no marcha tan mal se conjunta con la expectativa de mayores estímulos para hacer a los inversionistas más propensos a la toma de riesgos.
Los mercados reaccionan ante la poca posibilidad de políticas restrictivas y un crecimiento que no es tan malo como se augura, por lo menos hasta ahora. Con ello en mente y con réditos inexistentes en las inversiones de deuda, los inversionistas siguen posicionados en Bolsa intentando cobrar dividendos. Así de simple.
Las decisiones, sin embargo, parten de una distorsión y los riesgos no han disminuido. El problema de los bancos en Europa no es trivial. Nada más en Italia se necesita hacer un rescate por un valor cercano a los 400,000 millones de dólares.
El dilema político para los gobernantes y las autoridades europeas es de nuevo el fuerte ajuste en momentos tan delicados como los que planteó el Brexit.
En Asia Japón se prepara para intentar devaluar su moneda y estimular vía fiscal su economía; mientras que en China sigue habiendo dudas sobre el crecimiento y el yuan mantiene una tendencia central de depreciación.
Honestamente no hay muchas razones para abandonar la cautela. Que los principales índices rompan sus máximos, sin fuerza, no es ningún argumento. Las bolsas volverán a observar reportes débiles con crecimiento nulo o negativo en utilidades.
Los bonos se ubican en niveles máximos y el riesgo de un nuevo evento disruptivo está presente. Todo ello en medio de un ambiente político muy tenso. Lo que vea hoy en los diarios tirará a mencionar que los mercados llevan algunos días desempeñándose muy bien, pero ese espacio de bonanza tiene detrás mucha sensibilidad ante cualquier mala noticia.
Será interesante ver lo que sucede en Japón. Alrededor del mundo hay decepción y a la vez preocupación, con respecto a lo ineficaz que han sido las políticas monetarias de ultrarrelajación de los últimos años para reactivar el crecimiento. Al parecer, la razón principal es que la intermediación financiera no ha hecho su papel con un sector bancario tan exigido y aún en mal estado en muchas partes del mundo.
La idea de un estímulo de corte fiscal es la misma en el fondo: usar dinero de la máquina, pero, en lugar de facilitárselo a un banco, se destinará directamente a financiar un proyecto o simplemente a la cartera de las personas. Si funciona, no dude de que en Europa y América del Norte haya propuestas de relajación fiscal adicionales.
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Esta columna se publica semanalmente en el periódico El Economista, en versión impresa y online.
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