En esta última colaboración del año, vale la pena recapitular lo que fue el 2022 en materia de inversiones. Uno de los peores años en la historia. Así de simple.
Las circunstancias y los hechos acontecidos son bastante novedosos, por lo que vale la pena hacer una muy breve reflexión sobre los fenómenos que, a juicio de un servidor, implican lecciones muy importantes para lo que sea que venga por delante. Deme permiso de hacerlo.
Primera reflexión: Crear distorsiones para arreglar problemas tiene consecuencias importantes. Después de la gran crisis financiera del 2008-2009, las autoridades intentaron evitar la consecuencia de una gran depresión y su acompañante que era una fuerte deflación.
Lo hicieron a través de crear distorsiones importantes; la más visible desde luego fue abatir al máximo el nivel de las tasas de interés e imprimir la cantidad de dinero necesaria para que muchas entidades no tuvieran que haber enfrentado las consecuencias de una quiebra financiera.
Las distorsiones crean fenómenos inverosímiles. Vimos, como nunca en la historia, que se registraran tasas de interés negativas. Vimos a los activos financieros de riesgo, como las acciones o los inmuebles, elevar su valor de manera impresionante.
La incertidumbre (sobre la economía y sobre la solvencia de muchos de sus participantes) provocó que muchos inversionistas aceptasen pagar por depositar su dinero en espacios considerados como seguros. La ausencia de un costo del dinero generó una demanda generalizada por activos de riesgo.
Cuando se gestaron estas distorsiones, muchos apuntamos a que habría un disparo de la inflación. No sucedió así. Tal vez subestimamos el espacio de tiempo en que se tenían que purgar los elevados endeudamientos.
Segunda reflexión: Experimentamos, también como nunca desde las grandes guerras de la primera mitad del siglo pasado, un fenómeno disruptivo global y absoluto: la pandemia. La gravedad de los temas sanitarios y su terrible consecuencia en millones de personas (desde fallecimientos, perdidas de empleo, cierre de negocios etc.), también implico la toma de decisiones económicas por parte de las autoridades totalmente impensables en otros momentos.
La emergencia y el caos implicaron que las autoridades optaran por la solución más lógica: reforzar la distorsión. Más dinero, mayor endeudamiento de los gobiernos, menores tasas de interés.
Tercera reflexión. Las disrupciones significan eso: el rompimiento de estructuras. La pandemia provocó el corte de cadenas globales de suministro y disparó el fenómeno de la desglobalización.
Ello dio lugar, una vez que las vacunas redujeron el riesgo de nuevos confinamientos, a que efectivamente apareciera una continua elevación de precios, primero por la escasez de bienes, segundo por la presión de costos, tercero por la aparición de un conflicto bélico que aumentó los precios de alimentos y energía y cuarto, por que existía una demanda fortalecida por apoyos fiscales y bajas tasas de interés.
Cuarta reflexión: El poder de las tasas de interés. No hay otra solución para detener un fenómeno de crecimiento de precios provocado por un exceso de demanda que contenerla; y no hay otra forma de contenerla que cortar su financiamiento. En otras palabras, menos dinero (los bancos comenzaron a reducir el monto de exceso de dinero que imprimieron) y mayores tasas de interés son la fórmula para lograrlo.
Aunque tardía en algunos casos, la decisión de las autoridades fue eliminar la distorsión. Las consecuencias ya las conocemos. Las mayores minusvalías en más de 60 años en los precios de los bonos y una caída cercana al 20% en promedio en las bolsas de mercados desarrollados. Pero algo no había cambiado. La valuación de los activos de riesgo se hace descontando los flujos de dinero que generan en el futuro, es decir, trayéndolos a valor presente al descontarlos con la tasa de interés vigente; si ésta sube, el valor de dicho activo será menor por fuerza.
Llegamos al final del primer año del final de la distorsión. Hay un nuevo paradigma que no se había presentado en 40 años en el mundo desarrollado: las tasas de interés serán elevadas. Aun no termina dicha transición y además hay un contexto global complicado por la guerra, el fenómeno de la desglobalización, la nueva lucha por hegemonía entre las potencias, la amenaza latente de más crisis sanitarias y una población que refleja más su inconformidad hacia las autoridades y que posee preferencias nuevas en cuanto su trabajo y lo que consume.
El 2023 no será un año plácido. La continuación de la transición, y las consecuencias de las acciones de las autoridades, se seguirán sintiendo. En ese entorno, habrá volatilidad y encontrar rendimientos satisfactorios será una tarea más dura. Habrá que hacer el esfuerzo. Le deseo lo mejor en las fiestas y para el próximo año.
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Esta columna se publica semanalmente en el periódico El Economista, en versión impresa y online.
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