Hacia un mundo «japonizado»
La semana pasada comentábamos cómo con sus recientes acciones, los principales bancos centrales en el mundo han vuelto a una postura de ultrarrelajación (tasas de interés bajas por tiempo prolongado, recompra de bonos con emisión de dinero, etc.), intentando sostener el crecimiento global que de nuevo se viene a la baja.
Ya son 10 años de que comenzó el experimento de la expansión monetaria y los resultados no son satisfactorios, el crecimiento no está, los ahorradores pasivos pierden, no hay inflación (más bien presiones deflacionarias) y el precio de los activos es excesivo.
Podemos decir que, hasta el momento, los bancos centrales no han podido detonar un mayor crecimiento de la economía real a través de establecer condiciones lo más favorables posible en los mercados financieros; éstos han experimentado ganancias, los precios de los activos han subido, pero el crecimiento económico no surge.
La gran inquietud cuando uno piensa en el vuelco a esta situación, con el que entramos la segunda mitad del año, es que la economía global, en especial en el mundo desarrollado, esté “japonizándose”, en referencia a lo que ha pasado con Japón en las últimas tres décadas en donde, después de la crisis financiera de finales de los años 80, el estancamiento se ha prolongado y ha sido menos inclusivo de lo que todo mundo esperaba.
La realidad de lo que ha pasado en este año es dura: las esperanzas de alcanzar una trayectoria acelerada de alza para dejar atrás el crecimiento bajo y la presión desinflacionaria persistente se han frustrado en Europa y Japón, y algunos temen que puedan estar esfumándose también en Estados Unidos.
Europa, en particular, muestra de nuevo una desaceleración regional aguda. Es posible que el crecimiento sea nulo en este año en la región. El Banco Central Europeo ha retrocedido en su intento de normalización y ha adoptado una postura de nuevo de mantener tasas en cero por un tiempo prolongado. Los rendimientos de los bonos gubernamentales de varios países se han tornado negativos. En Japón hay una baja del crecimiento muy evidente, y en Estados Unidos cada vez son más las voces que señalan una debilidad que pudiera derivar en una etapa de recesión. Hay una presión fuerte para que la Reserva Federal recorte las tasas de interés, lo que parece que sucederá tan pronto como en el mes de julio.
La tendencia a la “japonización” es muy preocupante porque las fuerzas desinflacionarias estructurales que puedan causar un crecimiento más bajo y menos inclusivo, tanto directa como indirectamente, parecen estar presentes en el mundo desarrollado, incluyendo a Estados Unidos; estas fuerzas van desde el bajo crecimiento demográfico al envejecimiento de la población, la incapacidad fiscal del gobierno, una creciente desigualdad y un modelo que no ha logrado reconvertirse después de haber sido orientado totalmente a las exportaciones, etc.
Lo más decepcionante es que cuando ya había un intento de recuperación apareció en escena la beligerancia comercial de Estados Unidos y se impuso una situación de elevada incertidumbre que merma aún más la dinámica de crecimiento.
Curiosamente es en Osaka, Japón, donde se encontrarán reunidos los principales líderes del mundo a partir de hoy (casi todos, ya sabemos que a algunos no les parece relevante discutir temas tan críticos en el más alto nivel), para discutir e intentar encontrar caminos para salir de la problemática del presente.
No hay muchas esperanzas. La expectativa de que haya una rehabilitación de las pláticas entre Estados Unidos y China para llegar a un acuerdo es válida; pero vale la pena reflexionar sobre si el daño de la beligerancia comercial ya está hecho en la forma de una elevada incertidumbre que no va a desaparecer. El caso de México es el mejor ejemplo: renegociamos el NAFTA y aun así sufrimos amenazas de imposición de tarifas y elevada incertidumbre.
Es probable que un acuerdo con China no regrese a la economía mundial a la situación previa que existía hasta hace un par de años.
En síntesis, el experimento que se aplicó desde el lado monetario y fiscal para atenuar los efectos de la crisis financiera de hace una década no ha dado los resultados deseados y su efecto final sigue siendo incierto. Ya llevamos una década de condiciones financieras muy favorables y un crecimiento económico insuficiente. Y la visión de los expertos para el futuro previsible es más bien pesimista.
Tal parece que la vigencia de estas condiciones y de los problemas que representan (insuficiencia de ahorro, escasez de oportunidades, estancamiento), que son claramente una distorsión, puede ampliarse por mucho tiempo hacia adelante. Japón está por cumplir cuatro décadas inmerso en esta complicación, ojalá y no suceda lo mismo con la economía en general en el mundo desarrollado.
Esta columna se publica semanalmente en el periódico El Economista, en versión impresa y online.
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