La gran discrepancia
La semana pasada le platicaba del extraño comportamiento de los mercados de deuda. En concreto, me refería al hecho de que a pesar de que la FED subió la tasa de interés a un día y la mayoría de los bancos centrales emitieron mensajes más propensos a una restricción, las tasas de los bonos del tesoro de largo plazo en casi todos lados descendieron. Lo que parece que enfrentamos es una falta de credibilidad con relación a la trayectoria de alza de tasas que los mismos bancos centrales dibujan. Los inversionistas simplemente no les creen.
La explicación que le expuse era más o menos la siguiente: “La información más reciente que mezcla un crecimiento todavía muy bajo con escasas presiones sobre la inflación hace a los participantes pensar que no se justifican más aumentos en la tasa de interés”. (“Los mercados indiferentes ante la FED” El Economista 15 de junio).
La evidencia más clara de esto es la expresada al graficar los pronósticos que los 18 miembros del Comité de Mercados Abiertos de la FED (FOMC por sus siglas en inglés) hacen cada trimestre con respecto a la trayectoria que esperan para las tasas de largo plazo, con los niveles implícitos en las cotizaciones de futuros de la misma tasa.
Nada más vea: Para finales del 2018, los miembros de FOMC calculan que la tasa de fondos federales debiera ubicarse en niveles cercanos al 2.5%, y para el cierre del 2019 en un lugar cercano al 3.0%. En cambio, la proyección implícita en los futuros de la tasa de fondos federales estima que al cierre del 2018 dicha tasa debiera cotizarse en un nivel aproximado de 1.75% y para el 2019, aunque no hay cotizaciones aún la extrapolación de la curva nos sitúa en un nivel apenas superior al 2.0%.
¿Quién cree usted que está en lo correcto? Nosotros pensamos que los inversionistas. En primer lugar porque en ese lado de la discrepancia hay personas apostando su dinero. En segundo, porque la prospectiva del FOMC es una aparente guía que no representa compromiso alguno. En tercero, porque consideramos que en efecto la inflación baja es un problema secular derivado del estancamiento y escasez de demanda que priva en el mundo y que no parece tener una solución inmediata.
En discusión con algunos colegas es interesante la conclusión de que en el contexto de elevadas valuaciones, normalización monetaria y recuperación económica, los inversionistas a nivel global recibieron las mejores noticias. Una es que el crecimiento no es más elevado, pero no es menor al 2.0%. Sigue habiendo un ritmo de crecimiento positivo que le da forma a una estructura de crecimiento que en algunos segmentos justifica las valuaciones altas.
Otra es que la idea de un repunte violento de las tasas de interés no es algo de lo que hay que preocuparse aparentemente por el resto de este año y quizás todavía el próximo.
Estos dos elementos alimentan la propensión de los inversionistas globales a mantener posiciones de riesgo en bolsa y en títulos de deuda de cualquier característica (El Gobierno Argentino colocó un papel de deuda nada más a un plazo de 100 años, hágame el favor).
Esta situación solo se romperá si hay un crecimiento distinto. Si este es más elevado habrá una presión inflacionaria que cambiará la expectativa de tasas. Si es menor, presionará a la baja a las bolsas que aún se mantienen en máximos. Un viraje por parte de las autoridades parece complicado. La FED aun quiere ir con tiento, y del lado fiscal, los gobiernos están muy ocupados manejando elevadísimos niveles de endeudamiento. Tal parece que 2017 no será un año muy distinto a los anteriores en los mercados globales.
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Esta columna se publica semanalmente en el periódico El Economista, en versión impresa y online.
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