Puras serpientes

La nueva situación en los mercados globales constituye un ciclo más de decepción con relación al crecimiento. Pareciera que las economías están atrapadas desde hace siete años en un juego de serpientes y escaleras en donde no aparecen estas últimas y sí serpientes que nos hacen retroceder casillas casi cada año, ya sea por el default de Grecia, la crisis de los bonos periféricos en Europa, la invasión a Ucrania, el fin de la relajación cuantitativa, por el crudo invierno, la desaceleración en China y así sucesivamente.
Esta situación confirma la presencia de políticas monetarias ultra expansivas en prácticamente todo el mundo desarrollado y mantiene la distorsión que ha regido el criterio de los inversionistas desde entonces: hay que buscar en activos de riesgo rendimientos que no existen en las inversiones seguras.
No fue suficiente en este caso que la Reserva Federal (FED) se abstuviera de incrementar las tasas (el gran temor de los mercados a lo largo de este año) el pasado 17 de septiembre; hizo falta un muy mal dato de generación de empleos en dicho mes y la revisión a la baja de los meses anteriores para predisponer a los inversionistas a que el crecimiento es suficientemente flojo para no generar un mayor empleo ni una inflación más acelerada por varios meses más.
En esta nueva percepción se descuenta que la FED no tendrá argumentos para subir las tasas hasta cuando menos marzo del año que viene. La permanencia de tasas bajas es miel sobre hojuelas para los manejadores de inversiones que vuelven a voltear a ver los revaluados mercados accionarios y la deuda corporativa, así como los activos emergentes con buenos ojos.
¿Y ahora qué sigue? Nos encantaría poder vaticinar un rally contundente de las bolsas o una demanda excesiva de bonos como ha sido en episodios anteriores de corte similar. Sin embargo, ahora hay más factores de riesgo y hay además una falta de credibilidad en las acciones de los bancos centrales.
El principal factor de riesgo lo constituye la baja de precios de los bienes básicos. Cierto que ello puede constituir un elemento positivo para estimular a los consumidores en países desarrollados, pero la anticipación de un crecimiento muy malo (el Fondo Monetario Internacional recortó su estimado de crecimiento global en medio punto porcentual para el 2016) y la presión sobre algunos mercados emergentes productores (Brasil, Australia, Canadá, etcétera) mantendrán deprimidos los crecimientos en dichas regiones y pueden ocasionar problemas de riesgo de incumplimiento en algunos de estos mercados.
Además existe la incógnita sobre el crecimiento de China. El sector industrial parece golpeado y la demanda agregada en casi todos lados no sirve para impulsar la producción. Si la escasa actividad provoca que las autoridades en China decidan devaluar de nuevo su moneda o aplicar mayores medidas de estímulo se pueden desencadenar sucesos de extrema volatilidad como los de agosto.
El tema de la credibilidad es uno contra el que va a luchar el Comité de Mercados Abiertos de la Fed en el futuro previsible. Definitivamente no han quedado bien parados al argüir que los problemas de crecimiento en el exterior podrían afectar a la economía estadounidense, para inmediatamente después utilizar una ofensiva verbal que sólo logró contener a los mercados por unos cuantos días.
¿Seguirán atacando? Probablemente sí, la idea de una economía en marcha en Estados Unidos aún no se pierde y siempre queda el argumento de la previsión, esa que ha quedado corta tantas veces. Si los mercados se espantan más o no, está por verse. Por ahora, volvimos a los rendimientos positivos basados en una distorsión que no sabemos cómo ni cuándo desaparecerá.
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Esta columna se publica semanalmente en el periódico El Economista, en su versión online.
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